El alma y espíritu de un ángel – La Cueva del Ángel


El alma y espíritu de un ángel

, POR Iris

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El alma y espíritu de un ángel

¿Hace cuánto que no conversas con tu ángel de la guarda?

Todos tenemos sueños recurrentes. Y vivencias que van más allá de lo imaginable.

En multitud de ocasiones, todos sin excepción hemos escuchado conversaciones sobre los ángeles, sin importar en qué parte del planeta nos encontremos; ángeles que se aparecieron hace ya varios miles de años para ayudar o para transmitir mensajes celestiales. Pero nadie habla de lo que sucede en el hoy y en el ahora, dando la impresión de que los ángeles se han esfumado de nuestras vidas y que tan sólo existen para ser adorados.

Sin embargo, ¡cuántas veces sentimos su presencia en nuestra vida! cuando tenemos la calma para escucharlos, para sentir su cálida presencia… ¡Cuántas veces nos murmuran al oído!: No estás solo o sola… Te amo… cuando más lo necesitamos. ¿Acaso no son imágenes angelicales los niños cuando están aprendiendo a caminar y con una sonrisa se levantan del suelo para seguir intentándolo como si alguien los llevara de la mano? ¿Cuando ayudan a su hermano mayor porque llora y lo acarician para reconfortarlo, o cuando buscan el calor de los padres a media noche y amanecen completamente entrelazados a nosotros apretando con la mano la figurita de un ángel?

¡En cuántas ocasiones esos pequeños nos comparten una historia o una conversación que tuvieron con aquel ángel, su ángel de la guarda!, haciéndonos sonreír con gran ternura y estremecernos inexplicablemente.

¿Qué pasa con todas estas historias tan simples cuando somos adultos? Ya no nos atrevemos a contarlas como antes, temiendo lo que piensen de nosotros, o que nos tachen de raros. Sin embargo, yo sí quiero compartirles una…

Cuando era pequeña tenía un sueño que se repetía con cierta frecuencia. Soñaba que me despertaba y me dirigía a la planta baja de mi casa. En el comedor siempre se me aparecía un leopardo. Yo trataba de correr, pero no podía, pues no tenía cuerpo, y también trataba de gritar, con el mismo resultado. Después, sin poder comprender cómo, regresaba rápidamente a mi cuarto.

Con el tiempo, y luego de soñar lo mismo infinidad de ocasiones, me fui dando cuenta de que el leopardo me sonreía y de que no era temor lo que me invadía. Además, al volver a mi cuarto, me encantaba sentir que caía como en un pozo profundo tan sólo para aterrizar en mi cama.

En múltiples ocasiones descubría a un ángel muerto de la risa, el cual se sentaba junto a mí cuando regresaba. Solía tener largas conversaciones con él: sobre lo que acontecía, sobre mis aventuras del día, hasta que lograba salir del ensueño, sintiéndome muy arropada.

Con el paso de los años fui olvidándome de todo aquello y seguí adelante con mi vida. Aunque de vez en cuando me llegaba un vago recuerdo, pronto se desvanecía.

En una ocasión, antes de comenzar una clase en la universidad, mis compañeros se pusieron a platicar de un mago que hacía aparecer a un tigre a medio escenario, algo increíble. Sonreí acordándome del leopardo.

Parecía que había pasado una eternidad desde entonces y la imaginación no era mi fuerte, ahora que estudiaba medicina. De por sí, en ese momento yo estaba convencida de que éramos pura bioquímica.

Si no hubiera sido por aquel inexplicable encuentro que tuve al terminar la clase de cardiología, seguramente habría olvidado ese episodio de mi vida por completo…

Recuerdo aquel atardecer. Me quedé sola en el auditorio a fin de revisar cierto material para una presentación muy importante. De pronto se me acercó un muchacho que no conocía y me preguntó sin titubear:

—Oye, tú que estudias cardiología en esta facultad y que ya llevaste anatomía, fisiología y la química del cuerpo humano, ¿podrías explicarme la diferencia entre el alma y el espíritu? Tengo que contestarle esa pregunta a mi hermano pequeño y no sé ni dónde empezar.

“¡Pero qué ojos tiene!”, pensé. Después de un interminable silencio, prosiguió con una dulce sonrisa, mirándome de frente, cuando yo por fin me digné a voltear a verlo con más detenimiento:

—Me llamo Gabriel y estudio neurofisiología robótica para ayudar en una fundación de minusválidos. Verás, en este momento estoy tan enfocado en la ciencia que eso me impide usar mi mente.

Como si alguien me hubiera transformado en dos segundos, me hubiera dado una sacudida y me hubiera hecho retroceder en el tiempo, le contesté, como si fuera toda una experta en el tema:

—Muy bien, Gabriel. Imagínate que un leopardo entra por esta puerta. ¿Qué harías?

—¿Quéeeee? En un segundo me escondería debajo de esta silla que está clavada en el piso.

—Ah, sí, eso es un reflejo instintivo de conservación. ¡Muy bien!

—Ahora vamos a suponer que yo me quedo paralizada y no hago nada. Entonces, ¿qué harías?

Volteó rápidamente a buscar otra alternativa:

—Te cargaría y correría hacia aquel clóset, sin pensarlo.

—OK. Como ese clóset está más lejos, estarías poniendo en riesgo tu vida para salvarme. ¿Estás seguro?

—Definitivamente lo haría —contestó sin titubear.

Yo le dije:

—A eso se le llama alma. Tu alma es el motor del amor. Es con tu alma con la que ves a los minusválidos y los llenas de esperanza. Tu alma no es tu corazón desbocado cuando te encuentras ante un riesgo y todo tu cuerpo se prepara para reaccionar. Tu alma es ese calorcito reconfortante en tu pecho, aquel que te indica que no estamos solos, que existe aquella luz que siempre nos acompaña, como una eterna linterna.

En ese momento pude ver, durante un instante tan sólo, cómo todo el cuerpo de Gabriel se rodeaba de luz y su cuerpo se desvanecía…

Intuitivamente, le pregunté:

—¿Quién eres? Me recuerdas a alguien…

Respondió con dulzura:

—¿Acaso no te acuerdas de mí…? El espíritu —continuó Gabriel sin perder la sinergia, como si lo hubiera logrado sacar de su letargo— es la fuerza y la dirección del amor. Es aquella que te impide abortar tu misión de vida, aquella que milagrosamente te va rodeando de todo lo necesario para llegar a tu meta más preciada, la que te indica cómo vencer los obstáculos, la que te ayuda a romper todas las barreras y así escuchar con claridad cuál es el siguiente paso y hacia dónde debes dirigirte.

Yo le contesté:

—¿De manera que el cuerpo luminoso de un ángel es un espejo del alma?

Y él continuó:

—…Y las alas son la expansión del espíritu, la unicidad.

Gabriel se levantó inesperadamente de su sitio, muy sonriente. Caminó de lado a lado del auditorio con paso firme, aunque muy pausado. Finalmente se sentó junto a mí en una forma que me era muy familiar.

—Gracias por ayudarme… ¡Creí que únicamente te acordabas del leopardo!

Al retirarse, dejó una estela dorada, muy luminosa, y algo parecía revolotear en su espalda.

Me quedé ahí sentada por mucho tiempo. Los grupos de alumnos entraron y salieron por lo menos un par de veces del aula antes de poder reaccionar…

Y tú, querido lector, ¿cómo te sientes? ¿También platicabas con tu ángel de la guarda de pequeño? ¿Sigues haciéndolo? ¿Percibes su bella luz? ¿Escuchas sus mensajes? Cuéntame, el ángel se encuentra presente por fuera o por dentro del origen de tu hermoso Ser…

Tu alma es ese calorcito reconfortante en tu pecho, aquel que te indica que no estamos solos.

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