Pocas palabras han sido tan trilladas, estereotipadas y, sobre todo, mal interpretadas como la palabra “felicidad”. Se ha dicho tanto de ella y a la vez tan poco… Por tanto, ¿qué decir?

Una de las cosas que quizá debamos rescatar sea que, a pesar de todo lo dicho y no dicho, sí existe un común denominador, nombrado de múltiples maneras y de una gran diversidad de formas dentro de la palabra “felicidad”. Esa estructura común surge cuando vemos su asociación con la categoría fundamental de la idea del Bien.

Detrás de la idea de felicidad entendida de manera clara, está la idea de Bienestar, siendo esta idea la verdadera aspiración de todo ser humano, en cualquier espacio y en cualquier tiempo.

Pero, ¿qué es el bienestar? Bienestar se deriva de “Bondad” y, no obstante, la multiplicidad de interpretaciones filosóficas desde los presocráticos hasta nuestros días, las cuales van desde el Bien Supremo, la ecuanimidad, el placer, es importante notar que, en la mayoría de los casos se relaciona con la idea de equilibrio, de coherencia, de armonía entre el pensar, decir y actuar.

Esta es la clave: tres elementos cambiantes en un proceso que como tal se cultivan, que tienen que ver con valores ético morales y, lo más importante, que nadie lo hace por otro. Dependen completamente de uno mismo. Tú eres el único que puede cultivar o destruir esta cualidad inherente a los humanos donde se combinan razón, acción, pasión.

La felicidad es la condensación concreta de los sentidos y la mente, es el constante equilibrio entre las carencias y las satisfacciones.

Es la entrada a la dimensión de algo que algunos denominan “alma” y que otros denominan experiencia estética. Es el verdadero termómetro de la calidad de los vínculos con los otros, por eso abarca lo biológico, lo químico y lo psicológico.

Pero, sobre todo, la verdadera felicidad siempre termina siendo la verdadera recompensa a nuestra propia voluntad.  Y tú, ¿cómo andas en el manejo de tu voluntad?