La mesa familiar
¿Qué te gusta más de tu casa? ¿Cuál es el lugar que más lo simboliza?
¡Cuánto disfruto la mesa familiar de mi casa! En cualquier familia esa mesa es un punto de reunión para interactuar: jugar, reírse, platicar, escuchar las historias de todos sus miembros, incluso aquellas que no quisiéramos oír.
Mi mesa ha sido testigo de discusiones (“¡Acuérdate de que soy tu mamá, no tu hermana!”), consejos (“Hijo, cultiva la paciencia”), celebraciones (“¡Feliz cumpleaños!”), noticias y anécdotas (“¡Aceptaron a mi hija en la universidad!”)… Mi mesa vio crecer a mis hijos y los vio partir a hacer su propia vida. Mi mesa ha visto transcurrir momentos intangibles al lado de mi esposo.
En estos días tan vertiginosos en que todo mundo se la pasa corriendo, es muy importante ese llamado a la mesa: una comida familiar, una reunión con amigos, una cena especial con la pareja. Una pausa en el tiempo para mirar en silencio a tus seres amados.
Mis hijos y mis nietos me visitan en ciertos días de la semana. Es algo increíble: es como estar en un bar sirviendo las bebidas y escuchando las múltiples historias que se van entretejiendo espontáneamente a medida que transcurre, ese espacio tan especial, la tertulia y el alboroto, a veces tan escandaloso que siento que mis oídos van a reventar.
Pero también es cierto que adoro las voces de toda la familia al mismo tiempo, esa explosión de ideas, esa ensordecedora olla de grillos que nos hace reír, llorar, gritar de emoción, vibrar. Es energía viva. Es la unicidad de la familia.
¡Me encanta tener la casa llena de gente! Escuchar a mis nietos saquear los clósets, como yo lo hacía de pequeña jugando a las escondidas o creando misterios y cuentos.
Este es mi hogar: rebosante de alegría para disfrutar de una buena comida y, ¿por qué no?, bailar u oír a quien tenga ganas de cantar o de tocar un instrumento musical.
Por si esto fuera poco, nunca faltan los ladridos de un perro o de varios, incluyendo los que vienen de visita.
Me gustan las festividades porque alrededor de la mesa nos tomamos de las manos, nos entregamos un momento a la reflexión y el recogimiento. Esos instantes nos permiten mirarnos por dentro, sentir la presencia interior de los seres amados que nos rodean y en ocasiones incluso mencionamos a aquellos que extrañamos y mediante alguna anécdota, logramos regresarlos a estar muy presentes en nuestro pensamiento.
Mientras todos comen y conviven, me voy y me siento en un rincón a descansar del ajetreo en la cocina. Es entonces cuando me pongo a observar con toda calma las reacciones, los semblantes, las emociones, las actitudes tan puras y espontáneas de los niños, las preocupaciones y ocupaciones de los adultos, la ternura de las parejas y de los padres hacia los hijos. ¡ que belleza!
La mesa es el hogar de la familia, aquella que cuidamos día a día, la que nos protege, la que nos arropa con los brazos abiertos durante las experiencias más hermosas y las tormentas más horrendas. En ella no se juzga, se acepta incondicionalmente y se mira de frente.
¿Cómo es para ti la mesa familiar? ¿Qué piensas mientras, muerto o muerta de cansancio, recoges los platos y ordenas las cosas después del torbellino de una reunión? Dime, ¿disfrutas por igual la belleza del caos y el sonido del silencio?
Este es mi hogar: rebosante de alegría para disfrutar de una buena comida y, ¿por qué no?, bailar u oír a quien tenga ganas de cantar.