El sueño del Dr. Q: curar el cáncer
Ese es el sueño de uno de los neurocirujanos más destacados del mundo: Alfredo Quiñones, jefe del Departamento de Neurocirugía en la Clínica Mayo de Florida.
Nos encontramos en el lobby del Hotel Presidente InterContinental de la Ciudad de México. Cuando lo veo a la distancia, por su aspecto sencillo me cuesta trabajo creer que es el doctor Alfredo Quiñones. Nadie pensaría que se trata de uno de los neurocirujanos oncólogos más importantes del mundo. Dr. Q, lo llaman con cariño sus pacientes.
En realidad es toda una celebridad. Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, a sus 49 años es jefe del Departamento de Neurocirugía, “Profesor William J. and Charles H. Mayo”, y dirige el Laboratorio de Células Madres de Tumor en la Clínica Mayo en Jacksonville, Florida.
Pocos imaginarían que este hombre —nombrado uno de los 100 hispanos más influyentes en Estados Unidos en 2008, según la revista Hispanic Business Journal, y a quien, en 2015, Forbes calificó como una de las mentes mexicanas más brillantes— nació en una pequeña localidad al sur de Mexicali, Baja California, y que a los 19 años emigró para trabajar en campos agrícolas de Estados Unidos, donde radica desde entonces.
¿De dónde sacó la fuerza para abrirse camino? ¿Cuál es la clave de su éxito?
Una pasión y un sueño
La primera vez que hablé con el doctor Quiñones fue por teléfono. Me concedió una entrevista durante un breve descanso entre dos intervenciones quirúrgicas, gesto que, por sí solo, dice mucho de él y de su disposición a compartir su visión de la vida, sin importar cuán agobiado se encuentre.
Emigró de México no sólo por razones económicas, “sino porque mi pasión era, y es, encontrar y superar nuevos retos. No soy conformista. Quería salir de mi país unos cuantos años y regresar triunfante”, relata.
Como trabajador agrícola en California, se dio cuenta de que necesitaba retomar los estudios si quería cambiar su destino, así que estudió psicología en la Universidad de California en Berkeley y posteriormente medicina en Harvard. Escogió ser neurocirujano y especializarse en cáncer, luego de conocer a un joven de 20 años que sufría convulsiones y a quien le diagnosticaron un tumor canceroso. “Estuve a su lado durante año y medio. El tumor acabó con su vida y destrozó a su familia”.
Aquella dura experiencia forjó en él un sueño aún vigente: encontrar una cura para el cáncer. “Tengo un don que Dios me dio; cuando la gente sólo mira la oscuridad, yo sólo miro la luz”.
Hubo quienes intentaron convencerlo de que perdía el tiempo investigando sobre el cáncer, por tratarse de una enfermedad incurable. Pero eso no lo desanimó. “Estoy aquí para dar esperanza al paciente por medio de la ciencia y mi talento, que no sólo utilizo en el quirófano, sino también compartiendo mi conocimiento y sirviendo. Por eso regreso a mi país constantemente, para ayudar a quienes, como yo cuando salí, carecen de recursos”, afirma.
De hecho, el doctor Quiñones emprendió, en 2011, el Programa Internacional Altruista de Neurocirugía Comunitaria para practicar cirugías a personas sin recursos en Jalisco. Y junto con su esposa, Anna, y uno de sus grandes mentores, el Dr. Michael Lawton, creó la Fundación Mission: Brain, también de carácter filantrópico, para que destacados neurocirujanos viajen con el mismo propósito. “soy un hombre humilde. Trato de ser generoso y dar lo mejor de mí”.
Cambiar el mundo
“Todos tenemos una misión. La mía es cambiar el mundo”, asegura el doctor Quiñones. No resulta fácil para alguien que todos los días se enfrenta a la muerte.
¿Cómo es un día cotidiano para él? “Cuando me acuesto, pienso cómo voy a cambiar el mundo. No sólo yo, sino con mis pacientes, mis hijos, mi esposa, mis familiares y amigos. Me pregunto cómo haremos accesible la cura para el cáncer cuando la tengamos”.
Duerme poco y se levanta a las tres o cuatro de la mañana. Sus pacientes y su batalla contra el cáncer ocupan su pensamiento. Ha salvado muchas vidas con miles de cirugías, pero, por desgracia, otras personas no han salido bien libradas y eso le parte el corazón. “Cuando me levanto, pido que se me conceda salvar todas las vidas que ese día pasen por mis manos. Aunque sienta dolor por mis pacientes, ellos y sus familias sufren lo indecible. se me hace un nudo en la garganta, pero me dan fuerzas para seguir adelante. son héroes y protagonistas de historias de esperanza y milagro”. Está convencido de que nació para ser cirujano, un científico, y opina que la única forma de cambiar el mundo es asumiendo nuestra responsabilidad, encontrando y cumpliendo nuestra misión.
Para él, lo más importante en la relación con los pacientes no es tanto intervenirlos quirúrgicamente sino la empatía. “Me interesa brindarles calidad de vida. Tender un puente con ellos. Es triste que los médicos nos olvidemos de que los últimos años o meses de vida de un paciente que se enfrenta a un cáncer incurable deben tener un significado. Hay que ofrecerle una energía positiva, no mentirle, hacerlo sentir orgulloso de quién es y de lo que ha logrado”.
Agradecido con la vida
Pocas cosas disfruta más el doctor Quiñones que compartir su vida y su tiempo con su esposa y sus hijos Gabriella, David y Olivia, así como con sus padres y hermanos. “La vida me ha dado oportunidades increíbles y seres maravillosos”, afirma. Todos ellos son su fuente de tranquilidad y el objeto de su esfuerzo.
A pesar de los reflectores internacionales y del sinfín de reconocimientos que ha recibido, el doctor Quiñones se considera introvertido y hogareño. Prefiere una tarde en pijama con su familia que estar en una fiesta. “Mi esposa ha sido el pilar de esta casa. Mis hijos me hacen ser humilde, no importa cuán famoso sea. Amo el amor que nos une”.
Procura llevar a sus hijos a sus viajes altruistas, no sólo para enriquecer su visión del mundo, sino para que comprendan que ellos también podrán cambiarlo si se lo proponen. “Quiero inculcarles la solidaridad con quienes tienen poco, pues yo mismo vengo de un mundo con muchas limitaciones”, señala.
Es un hombre agradecido. En 2011 publicó un libro autobiográfico y está en puerta el rodaje de una película inspirada en él.
Todavía joven, ha conocido todas las facetas y los contrastes de la vida humana. sin embargo, por su mente aún cruza la imagen de aquel muchacho de 19 años que partió hacia lo desconocido en busca de un futuro mejor. Cuando le pregunto qué le diría a aquel Alfredo, sus ojos se pierden entre el mar de gente del lobby del hotel. “Le diría que mantenga la esperanza. Aunque el camino se vea negro, le aconsejaría a ese joven que no se sintiera descorazonado, porque el futuro es brillante. Si se esfuerza, todo es posible. Eso mismo les digo a los jóvenes hoy”.
Comprendo de dónde proviene su sencillez. sin renunciar al éxito que a base de mucho esfuerzo ha logrado, no olvida sus raíces. Al convivir todos los días con la muerte, tampoco pierde de vista las cosas esenciales. “Para mí, la vida es despertar todas las mañanas con mis hijos y con mi esposa. Respirar, moverme, apreciar que seguimos vivos”. Y agrega: “En la búsqueda de la cura contra el cáncer me he hecho escritor, matemático, físico, bioquímico, filántropo… sé que es una guerra sin tregua, pero no voy a rendirme. No me olvido de mi sueño. Voy a cumplir mi misión”.
“Soy un hombre humilde. Trato de ser generoso y dar lo mejor de mí”.