Espiritualidad cotidiana
No está limitada a santos, místicos o profetas. Todos podemos practicarla, aunque es más fácil decirlo que hacerlo.
¿Por qué juntar una palabra como “espiritualidad” con algo tan rutinario como lo cotidiano? Porque se nos olvida que la espiritualidad sólo se puede dar en esa cotidianidad, en ese ir y venir que nos permea en todas las cosas inmediatas que absorben nuestro tiempo, desde el qué falta para hoy, qué se tiene que hacer, cómo resolver esto, etcétera, porque ahí se encuentra. Pero, entonces, ¿qué es?
Parte de nuestra falta de comprensión surge de nuestra tendencia a fragmentar todos los procesos con el ánimo de entenderlos mejor. De esta manera fragmentamos, cuerpo, razón, mente y otro ámbito denominado, con muy variados enunciados, alma, lo trascendente, lo espiritual.
Sin entrar ni contradecir a los grandes teólogos y filósofos que han discernido sobre el tema, sino desde un punto de vista más simple, la espiritualidad está en cada uno de nosotros, aun de aquellos que niegan su existencia. No se compra, no se vende, no es transferible, no es perceptible con los sentidos, pero mueve e impulsa muchas cosas, variables, situaciones, da al hombre lo más precioso que posee: el sentido, la razón de ser…
La espiritualidad denota una actitud en la cual nos esforzamos por realizar algo que no vemos, pero sí creemos. Por eso condensa tanto la parte cognitiva como la dimensión sensible, afectiva y emotiva de nosotros, abriendo otra dimensión. Por tanto, no es algo meramente especulativo, racional, sino que implica conjunción de mente, cuerpo y acción.
No es, como se nos ha hecho creer, una esfera aparte donde habitan algunos seres extraños llamados en algunas religiones santos, o místicos, o profetas. La actitud espiritual, por increíble que parezca, puede abarcar a cualquiera, en cualquier espacio y en cualquier tiempo.
Se da cuando, teniendo claro un cierto ideal, objetivo o meta trascendente, ponemos en marcha de manera conjunta todas nuestras dimensiones para lograrlo, independientemente de los obstáculos.
Implica tener claro hacia dónde, cómo y, sobre todo, por qué nos dirigimos hacia ese objetivo.
Implica, por ende, responsabilidad, lo que se traduce en la capacidad de asumir las repercusiones de nuestras acciones.
Implica compromiso del costo de nuestra toma de decisión y de tener muy claros los obstáculos.
Como todo lo humano, la espiritualidad se construye, y se construye desde lo concreto, desde la materia, desde esos huecos que podemos encontrar en esa cotidianidad que de repente hace que la espiritualidad se pierda en la inmediatez, pero que ahí está.
Es cuestión de hacerla visible en lo rutinario, en lo aburrido; es cuestión, otra vez, de equilibrio entre el pensar y el actuar. Claro que nada es más fácil de decir, pero difícil de realizar.
La espiritualidad denota una actitud en la cual nos esforzamos por realizar algo que no vemos, pero sí creemos.
La espiritualidad denota una actitud en la cual nos esforzamos por realizar algo que no vemos, pero sí creemos.