Al hablar de ángeles hay que recordar que su importancia radica no en quiénes son sino en qué hacen. De ahí que su definición del hebreo mal’akh se refería a la cara oculta de Dios, de donde pasó a ser “mensajero”, el que transmitía la palabra de Dios mediante mensajes celestes.

El ángel siempre recita su mensaje en nombre del que lo envía, y no puede separarse al ángel de su creador, Dios, origen absoluto, ni de su testigo, por ejemplo, el Arcángel Gabriel, quien le dicta el Corán a Mahoma, o en Irán Vohu Manah, Espíritu del Bien, quien va por Zoroastro.

Sus funciones son: de servicios de revelación, de interpretación, de ayuda espiritual y material generalmente a los personajes de la historia de la salvación. Dentro de los Evangelios tienen una función de apertura y cierre de la historia evangélica, por ejemplo, la Anunciación del nacimiento de Jesús y la Parusía de Cristo (advenimiento glorioso de Jesús al final de los tiempos).

Israel introduce la presencia de los ángeles como aquellos que están “al servicio incondicional de Yavé”. En la Cristología de Jesús, tienen una función mediadora absoluta en la revelación y salvación de Dios a los hombres, así como un servicio absoluto a Jesús. En el monoteísmo israelita de Yahvé velan su presencia, ayudan a hacerlo presente entre los hombres, forman su corte permanente, pero, sobre todo, son mensajeros, intermediarios de la revelación de Dios. Son los servidores de sus órdenes.

Así, los ángeles aparecen después de la cuarentena de ayuno de Jesús en el desierto, y también en el Huerto de Getsemaní como un apoyo para él. En el Evangelio de Mateo se presenta el Arcángel Gabriel a la Virgen en el episodio de la Anunciación.

El ángel es, a final de cuentas, un ser que se asocia a una imagen de ayuda, bienestar, confort. Una luz, un mensaje de apoyo que siempre acaba diciendo: “No estás solo”.